viernes, 16 de enero de 2009

Amores de medias tintas


por Silvia Mago


Recientemente tuve un encuentro con una amiga y -una vez hecho recuento de cómo andan los asuntos de la familia, del trabajo, los amigos comunes y otros tantos- abordamos el tema que suele surgir cuando dos mujeres muy amigas se reúnen y se hacen la típica pregunta: ¿y cómo están tus cosas con…?Al completar el reporte, me hizo un comentario que me quedó dando vueltas en la cabeza, no tanto porque fuera la primera vez que lo escucho de su parte y de otras mujeres, sino porque la coincidencia me lleva a pensar que esa idea pareciera formar parte de una creencia femenina que está muy arraigada en la mayoría de nosotras y que nos hace conducirnos como lo hacemos. El comentario en cuestión se refiere a la conveniencia que tiene para la relación amorosa el hecho de que el otro no se sienta tan seguro del amor que le tenemos; es decir, si dejamos que el gusanito de la duda lo carcoma, esto nos va a servir para mantenerlo interesado y pendiente de nosotras. Traducido en pocas palabras, que usar el ardid de la duda es un arma eficaz para preservar viva la llama de la relación.¿Qué nos lleva a querer mantener al otro en el vilo del suspenso? ¿De dónde sacamos la idea de que necesitamos enmascarar nuestros sentimientos para que el otro no pierda su interés? ¿No es la duda, precisamente, la que impide que un amor prospere? ¿Quién es capaz de entregarse cuando pone en duda el amor que el otro le profesa? ¿Es que nos sentimos tan poco valiosas que necesitamos recurrir a la manipulación para interesar al otro? ¿Maniobrar con nuestros sentimientos y con los de la pareja no termina provocando lo que menos deseamos? Porque caer en este juego puede explicar las razones que se esconden en el fin de muchas relaciones que arrancan maravillosamente y se descalabran un tiempo después.En sus comienzos, cualquier relación amorosa atraviesa por un período de mutua reserva, comprensible por la carga de incertidumbre que contiene, en el que ambos tantean el terreno en busca de pistas que señalen qué tanto interés pone el otro en el asunto. Si el amor es correspondido, no se escatiman detalles para descubrirse, conocerse y ganarse la confi anza de la pareja elegida. Se mueve el deseo de conseguir una relación sólida y genuina, que supere las contingencias naturales que han de surgir más adelante. Damos al traste con todo el empeño que al principio ponemos en dejar colar la duda, con el propósito de mantener el interés.En donde hay desconfi anza no puede haber entrega. Si no hay entrega no hay intimidad. Y sin intimidad no llegamos a conocer el verdadero amor. Necesitamos confiar en el amor que sentimos y en el amor que recibimos para permitirnos bajar las barreras iniciales que nos separan del otro.Si de juegos se trata, el de sembrar la duda es el más contraproducente.Lo más probable es que nos salga el tiro por la culata.